Ejemplos concretos de comunes urbanos

Tras confeccionar el marco teórico, se detecta la existencia de cierto grado de consenso en calificar determinadas prácticas como comunes urbanos. De este modo, hay una serie de categorías que se repiten a menudo entre varios autores, si bien es cierto que también hay otros cuya concepción de los comunes urbanos es bastante amplia1. Sin duda, la más habitual de dichas categorías sería la de huertos urbanos o jardines comunitarios, tal y como argumentan, entre otros, Sheila Foster (2011, p. 11), Efrat Eizenberg (2012), Francesca Fergusson (2014), Johan Colding (2011, p. 11; Colding y Barthel, 2013) o Marta Camps-Calvet, Johannes Langemeyer, Laura Calvet-Mir, Erik Gómez-Baggethun y Hug March (2015) y lo demuestran los numerosos ejemplos que han proliferado en ciudades de todo el mundo2. Tanto es así que en muchos casos parece que todos los huertos urbanos sean comunes urbanos y, a su vez, todo común urbano deba de tener un huerto, lo cual es una reducción tan errónea como peligrosa. A este respecto, incluso el periódico generalista The Guardian dedicó un artículo que bajo el explícito título «Urban Commons Have Radical Potential – It’s Not Just About Community Gardens» (McGuirk, 2015) alertaba del sesgo de reducir los comunes urbanos a simples huertos urbanos, que se perdía considerablemente el potencial del concepto.

Otra categoría recurrente asociada a los comunes urbanos es la formada por las cooperativas de necesidades básicas (Eizenberg, 2012) (vivienda –Bruun, 2015; Larsen y Hansen, 2015–, comida, educación o sanidad), hasta el punto de que autores como Dzokić y Neelen (2015, p. 25) llegan a afirmar que las numerosas cooperativas que surgieron tras la industrialización podrían considerarse como los primeros comunes urbanos dado que suponían el principio de la construcción del Estado del bienestar a través de prácticas comunitarias que cubrían las necesidades básicas de los trabajadores3. Para Hojer Bruun, las cooperativas de vivienda danesas que proliferaron especialmente entre 1866 y 1960 (Editors, 2014) y que en 2007 suponían un 7% del total de las viviendas de Dinamarca (Bruun, 2015, p. 162) son un ejemplo excelente de comunes urbanos dado que 1) tienen una cuota de trabajo comunitario anual; 2) tienen una asamblea general anual que es la máxima autoridad para la toma de decisiones; y 3) su sistema de listas de espera funciona como un principio de justicia social (Bruun, 2015, pp. 162-164). Henrik Gutzon Larsen y Anders Lund Hansen (2015, p. 263), por su parte, son conscientes de que entender la vivienda como un común urbano es algo cuestionable, ya que podría parecer más razonable considerarla como un bien público o simplemente un producto o mercancía, tal y como se hace a menudo. Sin embargo, alegan que el hecho de que, dado que la vivienda económica es también una fuerza de resistencia a los nuevos cercamientos, lo que tendría que ser un derecho se convierte en un común en el momento en el que grupos sociales se apropian de él para protegerlo, mejorarlo en beneficio mutuo.

Fig. 4.1: Huerto urbano en Jacksonville (USA). Fuente: Jeff Wright (CC-BY).

Asimismo, existe un grupo de autores que asimilan parques, plazas, calles y en general, el espacio público (Bruun, 2015; Ferguson, 2014; Kassa, 2008; Sevilla-Buitrago, 2014; Stavrides, 2015), a los comunes urbanos. Por ejemplo, para Orvar Löfgren (2015, p. 72) una estación de tranvía o una playa urbana son comunes urbanos, mientras que Baviskar y Gidwani (2011) consideran que las escuelas públicas, parques, calles y espacios públicos así como transporte y sanidad públicas también lo son, alegando que conforman la cultura pública propia de cada ciudad, lo cual es, para ellos, uno de los comunes urbanos más característicos y a la vez más desapercibidos de una ciudad. Por esa misma razón otros prefieren matizar sus posiciones, argumentando que únicamente partes de los espacios públicos son comunes urbanos (como, por ejemplo, determinados parques para perros gestionados colectivamente (Matisoff y Noonan, 2012) o el Speaker’s corner de Hyde Park (Cooper, 2006)), o que deben darse determinadas condiciones para que un espacio público pueda considerarse un común urbano. En esta línea están David Harvey (2012, p. 73) o Stavros Stavrides (Stavrides, 2015): para ellos los espacios públicos son candidatos a ser comunes urbanos siempre que la ciudadanía se apropie de ellos para llevar a cabo una acción política que los transforme, lo cual a menudo es sinónimo de conflicto y luchas4. Así, las plazas Syntagma en Atenas, Tahrir en El Cairo o Catalunya en Barcelona se convirtieron en comunes urbanos en el momento en el que la gente se concentró en ellas para expresar sus demandas políticas.

Fig. 4.2: Dos momentos de Saettedammen, la primera cooperativa de cohousing en Dinamarca (1972 - Actualidad). Fuente: Saettedammen

También existe literatura de casos de estudio más variados, como el caso de las guías gay de Londres y Berlín en los años 1930. Para Leif Jerram (2015), se trata de comunes ya que muestran una forma ideada por el colectivo gay para la apropiación del espacio de una ciudad que les daba la espalda, para convertirlo en lugares de ocio, de relaciones sociales y de sexo, pero también en un espacio de discusión política en el que reivindicar la posición del colectivo. Otro ejemplo es el de los residuos de los vertederos (Baviskar y Gidwani, 2011; Bravo y Moor, 2008, pp. 156, 159; Zapata y Zapata Campos, 2015): Patrick Zapata y María José Zapata argumentan que vertederos como el de La Chureca en Managua, son comunes urbanos dado que albergan a una comunidad que vive en ellos y que gestiona colaborativamente los residuos como recursos que les permiten subsistir al margen del mercado. Este punto de vista no difiere en absoluto de la definición de recurso común (Common Pool Resource) de Ostrom, y dado que se trata de residuos no naturales, sino un resultado de la actividad humana y están situados en los aledaños de las ciudades, se los apela como comunes urbanos.

Fig. 4.3: Speakers' Corner de Hyde Park (1987): un ejemplo de común urbano según Davina Cooper. Fuente: Michael E. Cumpston (CC-BY-SA)

Otros grupos de ejemplos más controvertidos serían los formado por centros sociales (incluso -o especialmente- los okupados) (Hodkinson y Chatterton, 2006; Vasudevan, 2015) o las comunidades de viviendas y servicios exclusivas para una determinada élite social (normalmente cerradas por vallas o muros -de ahí su nombre en inglés: gated communities) (Colding, 2011; LeGoix y Webster, 2006) que tanto proliferan en Estados Unidos, América Latina y Asia.

Fig. 4.4: Vertedero de la Chureca (Managua), considerado también un común urbano por Zapata y Zapata. Fuente: Gonzalo Bauluz (CC-BY)

Por último están los que entienden la ciudad al completo (tanto desde el punto de vista físico –recursos, edificios e infraestructuras…– como social –habitantes y relaciones sociales–) como un gran común (Foster y Iaione, 2015; Harvey, 2012; Ramos, 2016; Susser y Tonnelat, 2013), ya sea porque son los lugares de esperanza donde se producen las transformaciones necesarias para combatir las nuevas formas de cercamiento o, tal y como defienden Hardt y Negri (2009), porque el terreno común que dio lugar a los comunes ha dejado de ser el bosque de donde podían sacarse los recursos (alimentación, madera), sino la propia ciudad, es decir, las ciudades son hoy lo que los bosques y zonas rurales fueron en la Inglaterra preindustrial: auténticas fábricas de comunes.


  1. Spike Boydell y Glen Searle (2014, pp. 329-332), por ejemplo, llegan a distinguir hasta 7 variaciones de espacios públicos considerados comunes urbanos en el puerto de Sydney Darling Harbour, que incluyen cosas tan variadas como jardines de acceso público con pago de una entrada o el paseo marítimo rodeado de tiendas y restaurantes para cenar en las terrazas.

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  2. A modo de ejemplo, de los 26 casos de estudio iniciales de Barcelona planteados inicialmente, 10 son o tienen un huerto urbano.

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  3. Por otra parte, esta aproximación plantea nuevas preguntas: ¿son todas las cooperativas (a fin de cuentas una figura jurídica más, al mismo nivel que las empresas) comunes urbanos? ¿son todos los comunes urbanos cooperativas? De ser así, el concepto de comunes urbanos sería un tanto irrelevante, porque apenas se trataría de un rebranding de algo anterior pero cargado de nuevas connotaciones. A lo largo de esta investigación iremos dando argumentos para dar respuesta a estas preguntas.

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  4. Por otra parte, esta visión es también cuestionable, tal y como hace Martina Löw: «A narrow definition of urban commons focusing on results (here: their being collectively occupied in political protest) would be to romanticize the concept, as Raman (2011) rightly argues.» (Löw, 2015, p. 111).

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