A lo largo de la presente investigación nos hemos propuesto estudiar las complejas e imbricadas raíces del concepto del común, un concepto que data de antiguo, pero que ha ido evolucionando de forma independiente en distintos ámbitos hasta adquirir un sinfín de nuevos significados. Tanto es así que lo que inicialmente era un concepto al que la academia apenas prestaba atención, actualmente se está abordando desde ámbitos tan variopintos como las ciencias ambientales, las políticas y las sociales, la medicina, el sector de la cultura y el conocimiento o el activismo, por citar algunos. Esta variedad de enfoques hace que incluyan un espectro de ejemplos tan heterogéneos que abarcan aspectos como la gestión comunitaria de acequias de regadío, la creación cultural de libros o de música, la educación, el desarrollo de software, Internet o el genoma humano, entre otros.
En el capítulo 2 repasamos con detalle tres de esas evoluciones paralelas que hemos llamado, respectivamente, genealogía institucional, genealogía digital y genealogía activista. Es a partir de la combinación de las tres que se ha ido conformando un nuevo tipo de comunes denominado como «comunes urbanos» cuya comprensión no puede ser total sin comprender sus raíces. De este modo, los comunes urbanos toman de la genealogía institucional su justificación historicista, sus mecanismos de gobernanza así como el concepto antagonista de «cercamiento»; de la digital toman parte de su discurso, las herramientas de colaboración entre iguales, el uso de herramientas digitales y el contexto de la sociedad red; mientras que de la genealogía activista, toman su vertiente política, muchas de sus reivindicaciones y su vocación de transformación social. Por último, de todas ellas toman su común denominador, la componente autogestionada y cooperativa, así como parte de sus respectivos discursos, que se integran parcialmente conformando un nuevo imaginario, en una suerte de remezcla (utilizando un término del argot de los comunes digitales), y dando lugar a un concepto difuso y en constante evolución.
Dadas las dificultades que supone investigar un objeto de estudio tan abierto y dúctil como son los comunes urbanos, en el que hay grandes divergencias en la manera de conceptualizarlos, se impone la necesidad de hacer una lectura situada en un contexto geográfico y social concretos. En este sentido, hemos optado por realizar una aproximación empírica a partir del análisis de casos prácticos desarrollados en la Barcelona de principios del siglo XXI. De este modo, y tras un proceso etnográfico de casi cinco años, en el capítulo 6, hemos hecho una descripción exhaustiva a través de 8 características de estudio de 8 casos representativos y variados en cuanto a su tipología, los resultados obtenidos y su ubicación geográfica.
Tras analizar los casos de estudio observamos que existe gran variabilidad en cuanto a su tipología, materialización, gobernanza, gestión, importancia, resultados obtenidos o titularidad del suelo o mecanismos de acceso al mismo. No obstante, encontramos también puntos en común, como la autogestión, su marcada dimensión urbana, sus discursos y motivaciones, e incluso a su estética povera en cuanto a las soluciones técnicas adoptadas y los materiales utilizados. Con respecto a la dimensión urbana cabe destacar que es central en todos los casos ya que es, en realidad, el detonante de las reivindicaciones y los procesos que inician. Aunque es cierto que, por lo general, no existe una visión de conjunto de ciudad o siquiera que trascienda las inmediaciones del emplazamiento y, por tanto, no hay una propuesta de cómo debe ser la ciudad post-burbuja, lo urbano es un medio para conseguir algo mayor, no un fin en sí mismo. Se trata del cómplice necesario para satisfacer reivindicaciones de determinados colectivos que se traducen en la materialización de modelos alternativos de organización social. Por tanto, la «ciudad del común» toma forma como consecuencia de ellos, sin que a menudo exista una planificación previa de cómo debería ser.
Otro aspecto compartido en todos los casos es su clara vocación reivindicativa y la existencia de comunidades de personas que, lejos de conformarse con lo que consideran carencias o fallas en la sociedad y ciudad capitalista, se organizan cooperativamente no solo para denunciarlas, sino proponer alternativas y llevarlas a cabo. Este empoderamiento ciudadano, amparado en la legitimidad de sus reivindicaciones, pone en evidencia las debilidades del capitalismo y concretamente del urbanismo neoliberal, cuyo modus operandi se basa en procesos de cercamiento de todo tipo.
El hecho de utilizar las mismas categorías para explicar los casos de estudio ha permitido, en el capítulo 7, hilvanar 5 hilos discursivos con respecto a las reivindicaciones políticas; la componente autogestionada e institucional; las relaciones sociales que se establecen en ellos y entre ellos; la manera en que se materializan y se configuran espacialmente; y la forma en que utilizan la tecnología. Es precisamente a través de la construcción de estos hilos discursivos donde han surgido los principales hallazgos de esta investigación. El primero de ellos consiste en revelar el funcionamiento en red de los comunes urbanos, tanto a nivel interno (como mecanismo de gobernanza de su comunidad) como externo (relación con otros otras instituciones -que a veces serán comunes y otras, no pocas, podrán ser Ayuntamientos, empresas, otras redes…). Esto implica que los comunes urbanos actúan como nodos de un sistema de relaciones a distintos niveles y de distintos tipos que se reconfigura continuamente. Esta red de redes descentralizadas configura un complejo ecosistema que permite suplir buena parte de las múltiples carencias que tiene cada uno de ellos individualmente.
El segundo de los hallazgos consiste en la identificación del importante papel que juegan tanto la materialidad como la tecnología en los comunes urbanos para la consecución de sus objetivos. En el plano material, la arquitectura actúa, primeramente, como vehiculador de discursos y reivindicaciones. En segundo lugar, actúa como cohesionador de comunidades que, por lo general, son numerosas, heterogéneas y distribuidas, a la vez que aumenta la identificación que tienen con respecto al espacio. Por último, también actúa como mecanismo para dar credibilidad a sus propuestas, ya que son la prueba palpable de que sus reivindicaciones no son una entelequia, sino que son realizables incluso con economías modestas como las que suelen manejar los comunes.
El uso de las tecnologías de la información y la comunicación va más allá de ser una de las diferencias con otros movimientos sociales precedentes y también una de las características definitorias de los casos estudiados. Lo que podría parecer un simple uso de las TIC para transmitir los mensajes de los distintos comunes urbanos se convierte en lugar de encuentro digital de personas afines, en herramienta de comunicación y de gobernanza o en repositorio de materiales diversos orientado a reproducir las experiencias en otros contextos o, simplemente, darlas a conocer mediante la creación de obras derivadas y remixes con la información recopilada. Tanto es así que la mayoría de ellos difícilmente hubiesen alcanzado las mismas cotas de repercusión y organización sin dichas tecnologías. Esto se debe, principalmente, a que permiten gobernar comunidades distribuidas y ampliar el alcance de sus reivindicaciones así como de sus logros, lo cual redunda en estrechar los vínculos con los miembros de la comunidad y con otros nodos del sistema de redes que anunciábamos con anterioridad. Por tanto, las TIC permiten salvar, con coste muy reducido, muchas de las numerosas limitaciones que tienen.
El análisis de los casos de estudio y de los hilos discursivos ha permitido, en última instancia, hacer la que consideramos es la última aportación de esta investigación: una propuesta de caracterización de los comunes urbanos. En dicha propuesta hemos identificado dos aspectos cruciales: en primer lugar, los elementos fundamentales de los mismos, a saber: un bien; una comunidad; una -o varias- reivindicaciones y un uso sistemático de TICs. En segundo, las distintas formas de conceptualizarlos: como lugares, como instituciones, como redes, como actos políticos y como procesos de transformación.
Conscientes de que difícilmente puede hacerse una definición universal a partir de una muestra tan reducida y localizada de casos (algo que, por otra parte, tampoco era el objetivo de esta investigación), y conscientes también de que dicha propuesta de caracterización no está exenta de problemáticas, se trata de una aproximación a los comunes urbanos que salva algunas de las limitaciones de la aproximación habitual, ligada a prácticas concretas y consistente en tratar de distinguir los comunes urbanos frente a otros tipos de comunes o prácticas sociales.
Dicha caracterización ha evidenciado el carácter liminal de los comunes urbanos, uno de sus aspectos más característicos y que refleja como ninguno su naturaleza contradictoria1, ya que allí radican sus mayores problemas y, a la vez, sus principales potencialidades. Con ello nos referimos a que todos los casos estudiados se mueven continuamente entre dos polos opuestos: lo público (representado por el Estado) y lo privado (representado por el mercado). Esto les lleva a cuestionar lo establecido y a plantear alternativas poco ortodoxas con respecto a temas clave de la sociedad capitalista, tales como la titularidad del suelo, los límites de la legalidad y la ilegalidad, la economía o el tipo de relación con la política y las Administraciones. No obstante, dado que no resulta fácil moverse entre los límites de lo fijado (ya sea porque no está contemplado en la legislación, ya sea porque no existe costumbre), la forma en que terminan materializándose estas propuestas alternativas y autoorganizadas a menudo no coinciden totalmente con los ideales y reivindicaciones de los comunes urbanos, ya que se pueden ver obligados a hacer determinadas concesiones. Todo ello revela la naturaleza contradictoria a la que aludíamos anteriormente. Un ejemplo de dichas contradicciones lo encontramos en el hecho de que los comunes urbanos nacen y sobreviven gracias a ser relativamente marginales y pasar desapercibidos, tanto por privados como administraciones y, sin embargo, dado su carácter reivindicativo, buscan conseguir la notoriedad suficiente para que sus demandas sean satisfechas. De este modo, cabe señalar que la mayor parte de los casos estudiados plantean una suerte de «urbanismo del mientrastanto» que se basa, principalmente, en dos aspectos: el valor casi nulo del suelo sobre el que se ubican (o la imposibilidad de sus propietarios para ejecutar operaciones urbanísticas que les resulten beneficiosas) y el amparo de la legitimidad de sus reivindicaciones, llegando a justificar actuaciones alegales o ilegales como la apropiación. Sin embargo, cabe preguntarse qué ocurrirá si los espacios donde se ubican vuelven a tener valor y sus propietarios quieren reclamarlos para ejecutar lucrativas operaciones urbanísticas. Esta pregunta cobra especial vigencia en fecha de finalización de esta tesis dado que los precios de los alquileres de pisos en Barcelona están empezando a dispararse de nuevo (Baquero, 2017; Departament d’Estadística. Ajuntament de Barcelona, 2017; Salvador, 2017) y las denuncias por operaciones gentrificadoras y especuladoras vuelven a aparecer0.
Por otra parte, la voluntad de querer mantenerse al margen del Estado y del Mercado a menudo hace que únicamente cuenten con sus propios medios para financiarse. Este aspecto resulta determinante con respecto al tipo de materialización de los comunes (tanto en lo físico como en cuanto al tipo de actividades realizadas) que se traduce en un marcado carácter transitorio y en una gran economía de medios. Como consecuencia de ello, en algunos casos existe el riesgo evidente de que dicha condición de precariedad extrema roce la autoexplotación, dado que no pueden pagar a quienes dedican buena parte de su tiempo, conocimientos o recursos al bien común. De producirse este hecho se daría la paradoja de que los comunes urbanos podrían tener unos efectos tan negativos como los de las políticas neoliberales a las que se oponen.
Esta condición de precariedad pone el modelo económico en el centro de los debates de muchos de los casos estudiados2, aunque las respuestas varían de uno a otro: mientras que los hay que prefieren gestionarse únicamente con recursos propios, otros necesitan, en mayor o menor grado, la colaboración de las Administraciones. Se da, de este modo, una nueva paradoja en la que, a menudo, la propia Administración contra la que se rebelan termina actuando como mediadora o, incluso, como colaboradora clave (ya sea por acción u omisión3) para el desempeño de las reivindicaciones y las acciones de los comunes urbanos. Además, para poder relacionarse con la Administración, los comunes urbanos necesitan seguir los cauces legales establecidos a tal efecto, lo cual pasa, entre otras cosas, por constituirse formalmente en entidad jurídica, algo que, por consiguiente priva de cierta autonomía a los comunes y pone en cuestión su condición de alternativa al Estado y al Mercado. Esta dependencia en la Administración, incluso cuando no es deseada, conlleva otro tipo de riesgo que evidencia la fragilidad de los comunes: la cooptación o apropiación, para su propio beneficio, de las prácticas y discursos de los comunes por parte de terceras partes como son los gobiernos políticos4.
Por otra parte, el hecho de que tengan una localización muy clara, un tamaño relativamente pequeño y un presupuesto bajo podría parecer que se trata de intervenciones que movilizan a unas pocas personas cercanas geográficamente, algo que podría llevar a la conclusión errónea de tildarlos de poco relevantes o anecdóticos al ponerlos en escala de ciudad. Sin embargo, la realidad dista mucho de ser esa: dado que los comunes trabajan en red y utilizan extensivamente las TIC movilizan a un número elevado de personas (llegando a ser del orden de las decenas de miles en algunos casos), no necesariamente vecinas ya que prima más la proximidad ideológica que la geográfica. Por eso, y por los resultados conseguidos en los casos estudiados, estamos en condiciones de afirmar que hay evidencias de que se está produciendo un cambio de mentalidad que, si bien es lento, va calando cada vez más. Tanto es así que muchos de estos discursos y reivindicaciones son asumidos por distintos grupos de personas, muchas de las cuales terminarán formando el partido político Guanyem Barcelona y luego Barcelona en Comú, que llegaría a la alcaldía de Barcelona en 2015, aunque, como se apuntaba al final del capítulo anterior, todavía es pronto para sacar conclusiones sobre la relación del nuevo consistorio con el discurso de los comunes.
Finalmente, cabe señalar que, aunque algunas de las informaciones que aquí se publican hayan podido cambiar y sería necesario actualizar, creemos que no se trata de algo que en absoluto reste validez a esta tesis. Al contrario: se trata más bien de la instantánea de un momento que evidencia que los hechos y conceptos que aquí se describen son parte de un proceso vivo y en constante evolución del que los comunes urbanos son una parte importante. Por consiguiente, y a pesar de las limitaciones de la presente investigación y de que los riesgos y debilidades de los comunes urbanos no son pocos ni desdeñables, tampoco puede negarse su relevancia.
A lo largo del presente texto ha subyacido, siempre de forma tangencial, la misma pregunta: ¿son los comunes urbanos una forma de construir ciudades y sociedades alternativas más justas? Basándonos en el caso de Barcelona, se han apuntado una serie de procesos y resultados que nos llevan a afirmar que, efectivamente, los comunes proponen nuevas sociedades alternativas a través de la acción social, la autoorganizacion y la apropiación de los espacios que la sociedad a la que se oponen rechaza. Resulta significativo ver cómo estos espacios rechazados son, principalmente, los vacíos y el espacio público (plazas, calles…), es decir, todo aquello que no es monetizable de forma directa. Esto, sumado al hecho de tener que plantear alternativas económicas y legales que les permitan desarrollar su actividad, convierten a los comunes urbanos en una herramienta ideal para entender los mecanismos en los que se basa nuestra sociedad actual. Es a partir de este conocimiento que se pueden plantear alternativas aconvencionales que, a modo de hackeo de lo establecido, indican que otras formas de proceder no son una utopía, sino que son posibles. A los hechos nos remitimos: no solamente la mayoría de los casos estudiados llevan años funcionando, sino que cada vez son más numerosos los casos de nueva creación que nacen como resultado de los anteriores. Este ecosistema vivo formado tanto por comunes urbanos como por entidades y colectivos afines indica, a su vez, que se está tejiendo una suerte de inteligencia colectiva que busca la replicabilidad de los casos y que confirma que hay una consciencia y voluntad de transformación y de prototipado de nuevas sociedades que va más allá de la suma de actuaciones locales y que permite, gracias a la colaboración, hacer frente común y llegar más lejos. No obstante, cabe destacar que dichas alternativas no responden a un plan preestablecido ni se plantean como resultado de un una propuesta común, coherente y perfectamente planificada y coordinada, sino que más bien resultan de la suma de propuestas aisladas y fragmentadas que se complementan y enriquecen las unas con las otras.
Por último, un aspecto que destaca de todos los casos estudiados es su componente ilusionante. En una entrevista reciente (Evole, 2016), Naomi Klein, una de las primeras personas en hablar de los comunes como forma de activismo, afirmaba que la gente en Europa está cansada de resistir únicamente (ocupando plazas, manifestándose…) y por eso abogaba porque, además de posturas defensivas contra la crisis, también se tomasen posiciones «ofensivas, propositivas y motivadoras». Los comunes urbanos son, precisamente, parte de esa respuesta propositiva, motivadora de que otras realidades fuera del sistema son posibles y no son lejanas: pueden hacerse en la misma ciudad, en tu mismo barrio.
Ver figuras 7.8 y 7.9 de la sección 7.3, donde se desarrollan el tipo de relaciones existentes entre los distintos casos estudiados.
[return]Cabe destacar que algunas de las reivindicaciones también tienen aspectos en común con la noción de autonomía postulada por el movimiento del software libre en genereal y con la posición de Richard Stallman en particular (ver sección 3.2).
[return]A modo de ejemplo, aunque en contexto totalmente distinto, Esteve Corbera, Laura Calvet-Mir, Hannah Hughes y Matthew Paterson explican la evolución del discurso acerca del cambio climático a través de un estudio de redes realizado a los integrantes del Intergovernmental Panel on Climate Change (Corbera, Calvet-Mir, Hughes, y Paterson, 2016).
[return]Para ello remitimos al Pla Pel Dret a l’Habitatge (Ajuntament de Barcelona, Regidoria d’habitatge, 2017), un documento aprobado por la mayoría de partidos (salvo ERC, CUP y PP) en el que se determinan cuales van a ser las políticas y actuaciones para garantizar que el acceso a la vivienda sea un derecho. Entre ellas destacan la promoción de viviendas en régimen de cesión de uso o masovería urbana, dos fórmulas basadas en compartir apenas explotadas anteriormente.
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